Tienen 20, 30, 40, 50, 60 años. Son, casi siempre, mujeres. Tienen un trabajo no cualificado. Trabajan tres horas al día y llegan a casa como si hubieran trabajadas siete u ocho. Son las monitoras de comedor.
Se ocupan de que nuestros hijos coman y pasen el rato entre franja y franja del horario lectivo. Esto, que parece tan sencillo como poner un plato en la mesa y mandar a los niños a jugar es, en realidad, una de las tareas más agotadoras y desagradecidas de todas las que tienen relación con el trato con los niños.
Porque darles la comida y ocuparse del tiempo de ocio antes de retomar las clases por la tarde significa, a la hora de la verdad, lo siguiente: inculcar a los niños y niñas hábitos básicos de higiene, conseguir que coman de todo para garantizar que hacen una comida equilibrada y saludable, contener las conductas inadecuadas en la mesa, enseñarles a coger bien los cubiertos y a utilizar la servilleta, procurar que no chillen para pedir más agua o más pan, organizar turnos a las picas para que se laven los dientes con el mínimo desorden posible… y todo ello en una sala grande donde hay 60, 80 o 120 niños que han pasado casi toda la mañana sentados, niños que tienen ganas de gritar, de moverse y jugar.
Pero el trabajo no termina aquí. Después de conseguir que todos y cada uno de los niños y niñas se laven los dientes y ordenen su neceser, llega la hora del recreo. Como cualquier rato de recreo infantil, es un rato donde surgen conflictos naturales derivados del juego: discusiones, peleas, a veces alguna agresión. Las monitoras son las encargadas de gestionar todas estas situaciones, y deben hacerlo de una manera educativa. Su tarea no es un trabajo docente, pero aúna así es una tarea educativa de primer orden. Sin embargo, ¿de qué herramientas disponen para hacerla con garantías?
Sin una formación específica en educación, sin personal de refuerzo (para reducir costes, el personal es el mínimo exigible) y muchas veces sin herramientas coercitivas (a menudo para fiscalizar la conducta de los niños… deben hacer informes escritos!) Su trabajo es complicado.
Demos herramientas a las monitoras de comedor para conseguir hacer del rato de comer un rato tranquilo, amable, que permita a los niños relajarse y descansar antes de volver a las aulas. Comer en la escuela debe ser una experiencia educativa agradable, y el rato en el comedor debe ser un rato de reunión y descanso reconfortante. O de juego constructivo y pacífico. Ellas lo pueden hacer, con ayuda y recursos. Nuestros hijos lo agradecerán.
Este artículo es un resumen del artículo original de Alba Castellví. Lee el artículo completo.